Dionisio Sánchez, entrañable vaquero de Víctor y Marín
Entrevista con un clásico del campo bravo ciudarrealeño
[Julio César Sánchez / ] [Fernán Caballero]
Entrevista con un clásico del campo bravo ciudarrealeño
[Julio César Sánchez / ] [Fernán Caballero]
(Fuente:www.lanzadigital.com)
En los últimos dos años, por las páginas de los especiales taurinos de Lanza de los miércoles, han pasado personajes de indudable entidad taurina. Ahí están los reportajes y entrevistas a Enrique Ponce, Antoñete, Talavante, César Rincón, etc., etc. Pero pensamos que la historia del toreo, sea al nivel que sea, se forma de nombres como los antes mencionados, pero también de hombres, y en este caso creemos que es de justicia y altamente recomendable charlar relajadamente conun hombre de casi 78 años, Dionisio Sánchez, vaquero y conocedor de la popular ganadería de Víctor y Marín.
Dionisio es un personaje enjuto, respetuoso, prudente y entrañable donde los haya. Los ganaderos de Víctor y Marín, tanto José Luis Marín como Felipe Lasanta, no ahorran elogios a la hora de hablar de él. Y es que ya son más de cuarenta años en su compañía. Y eso marca.
Y para charlar un rato con él y escuchar sus inagotables y añejas anécdotas, nos citamos una tarde de domingo con Dionisio y su mujer Emilia en el que ha sido su hogar desde 1967, la finca Pinos Bajos, en el término de Fernán Caballero.
LANZA: Dionisio, ¿cómo llegó usted a Pinos Bajos?
DIONISIO SÁNCHEZ: Eso fue hace muchos años. Yo andaba con Teodoro Matilla en la finca El Chiquero, y la verdad es que no estaba mal, pero nos pagaba tres veces al año, todo lo que nos debía, es verdad, pero en tres veces, y cuando los Marín me propusieron trabajar con ellos, pues probé suerte. Y así fue el caer yo aquí.
L: Y desde entonces, hasta hoy día.
DS: Pues sí. Y muy contento. Ahora, cuando hablamos con los dueños, no nos tratamos como ganaderos y criados, sino como a familia.
L: Dionisio, las cosas deben haber cambiado mucho desde los años en los que usted llegó aquí, ¿verdad?
DS: ¡Uy! Una barbaridad. Antes te levantabas al amanecer y estabas trabajando hasta que se pusiera el sol, siempre acarreando la paja para llevársela a las vacas. Y antes no había alambradas ni nada de eso, estaban libres y había que estar muy al tanto de ellas.
L: Entonces, habría que contarlas cada mañana para ver si faltaba alguna, ¿no?
DS: A mí Dios me dio una virtud. En los treinta y tantos años que he estado con las vacas, no las he contado ni una vez. Yo miraba a la piara y me daba cuenta de si faltaba alguna, pero sin contarlas. Nada más que las repasaba y daba cuenta si faltaba la fulana o la mengana. Y había que ir a buscarla. Y muchas veces las encontraba vivas, y otras muertas.
L: Y, ¿cómo se las echaba de comer?
DS: Pues antes, había que coger las alpacas de paja una a una, echársela a la pierna izquierda y poco a poco ir desmigándola con la mano derecha para hacer montones. Y cuando se acababa una, pues había que ir a por otra, y así varias veces. Ahora no. Ahora se va en un remolque o en el tractor y se las echa de comer y ya está. Ahora es mucho más cómodo.
L: Y, esto de hacerse vaquero de bravo, sería también por algo de afición, ¿o sólo por necesidad?
DS: Pues casi fue por necesidad, porque si no era con este ganado, era con otro que me gustara menos. Así que, mejor con este que con ovejas o cabras, como estuve un tiempo.
L: Con la cantidad de años que ha pasado tan cerca del ganado bravo, le habrán ocurrido mil anécdotas.
DS: Muchas. Muchas. Recuerdo un día, en uno de los cerrados de los toros, estaba echando de comer a un cuatreño, me cogió por banda, y no sé las volteretas que me daría. Pero por suerte no me hizo nada. Y otra vez, hace muchos años, un vaco me cogió y me dejó guacharro (desnudo) por completo, aunque no me tocó la carne. En un momento que pude, me agarré a los cuernos, me puse de pie y salí corriendo. Tuve que venir aquí y pedirle a la mujer de Genaro, el mayoral, algo de ropa porque estaba guacharro. O hace pocos meses, me empujaron sin caer cuando estábamos embarcando y caí desde lo alto de la tapia al corral con uno de los novillos, pero sólo me hice un esguince.
L: Cuando se jubiló, dejó a su hijo Ignacio en su puesto.
DS: Él ya estaba como vaquero desde antes, pero cuando yo me jubilé él se quedó como mayoral.
L: ¿Y siembre habéis vivido aquí, tu mujer Emilia y tú, en Pinos Bajos?
DS: Siempre en Pinos Bajos. Antes vivíamos en la casa que hay al otro lado del arroyo, pero desde hace muchos años vivimos en esta de aquí.
L: Y aquí seguís.
DS: A nosotros ya nos gusta esto más que el pueblo. Aquí vemos a Ignacio todos los días cuando viene a atender a los animales, y la otra hija, que vive en Fernán Caballero, pues viene a vernos con las nietas y eso.
L: Pues no sé porqué yo tenía en la cabeza que Emilia se habría querido ir del campo cuando te jubilaste.
DS: No. Nunca me dijo nada de eso. Vamos, es que ella no se quiere ir de aquí.
(Interviene EMILIA). Es que a mí me da más miedo estar en el pueblo que aquí. Aunque claro, nosotros estamos aquí porque está nuestro hijo, y mientras él esté aquí y podamos estar, pues estaremos. Y mientras estén al mando Felipe y José Luis, aquí estaremos. Si se mete otro de por medio, estamos en nuestra casa al día siguiente.
L: Pero se vive mejor ahora que antes.
DS: Hombre. Antes, tenías que hacer tus necesidades y tenías que salir y hacerlo donde podías. Ahora no. Ahora tienes tu cuarto de baño, te bañas con agua caliente... ¡Donde va a parar!
L: Toreros habrá visto muchos por aquí.
DS: ¡Uy! Muchísimos. Por aquí vino El Cordobés padre varios años y muchos otros.
L: Y, de los que ha visto, ¿Cuál le ha gustado más?
DS: Hombre, para hacer ganadería, el mejor que he visto ha sido Calatraveño. A ese le valían todas las vacas, a todas les sacaba faena, y hay otros que de vacas buenas las hacen malas, y al revés. Julio Robles también toreaba muy bien.
Y Dionisio sigue relatando y relatando mil historias vividas en Pinos Bajos, y en las jornadas de trashumancia, y su mujer Emilia cuenta esto y aquello. Historias de otros tiempos, salidos de la boca de personajes de otros tiempos, que no volverán ya, y que se irán un poco más lejos aún cuando personajes como el que componen este matrimonio falten para siempre. Aunque, ojalá falte mucho para ese momento y aún les esperen por delante muchos años de lucidez y salud. Y que nosotros los disfrutemos.
En los últimos dos años, por las páginas de los especiales taurinos de Lanza de los miércoles, han pasado personajes de indudable entidad taurina. Ahí están los reportajes y entrevistas a Enrique Ponce, Antoñete, Talavante, César Rincón, etc., etc. Pero pensamos que la historia del toreo, sea al nivel que sea, se forma de nombres como los antes mencionados, pero también de hombres, y en este caso creemos que es de justicia y altamente recomendable charlar relajadamente conun hombre de casi 78 años, Dionisio Sánchez, vaquero y conocedor de la popular ganadería de Víctor y Marín.
Dionisio es un personaje enjuto, respetuoso, prudente y entrañable donde los haya. Los ganaderos de Víctor y Marín, tanto José Luis Marín como Felipe Lasanta, no ahorran elogios a la hora de hablar de él. Y es que ya son más de cuarenta años en su compañía. Y eso marca.
Y para charlar un rato con él y escuchar sus inagotables y añejas anécdotas, nos citamos una tarde de domingo con Dionisio y su mujer Emilia en el que ha sido su hogar desde 1967, la finca Pinos Bajos, en el término de Fernán Caballero.
LANZA: Dionisio, ¿cómo llegó usted a Pinos Bajos?
DIONISIO SÁNCHEZ: Eso fue hace muchos años. Yo andaba con Teodoro Matilla en la finca El Chiquero, y la verdad es que no estaba mal, pero nos pagaba tres veces al año, todo lo que nos debía, es verdad, pero en tres veces, y cuando los Marín me propusieron trabajar con ellos, pues probé suerte. Y así fue el caer yo aquí.
L: Y desde entonces, hasta hoy día.
DS: Pues sí. Y muy contento. Ahora, cuando hablamos con los dueños, no nos tratamos como ganaderos y criados, sino como a familia.
L: Dionisio, las cosas deben haber cambiado mucho desde los años en los que usted llegó aquí, ¿verdad?
DS: ¡Uy! Una barbaridad. Antes te levantabas al amanecer y estabas trabajando hasta que se pusiera el sol, siempre acarreando la paja para llevársela a las vacas. Y antes no había alambradas ni nada de eso, estaban libres y había que estar muy al tanto de ellas.
L: Entonces, habría que contarlas cada mañana para ver si faltaba alguna, ¿no?
DS: A mí Dios me dio una virtud. En los treinta y tantos años que he estado con las vacas, no las he contado ni una vez. Yo miraba a la piara y me daba cuenta de si faltaba alguna, pero sin contarlas. Nada más que las repasaba y daba cuenta si faltaba la fulana o la mengana. Y había que ir a buscarla. Y muchas veces las encontraba vivas, y otras muertas.
L: Y, ¿cómo se las echaba de comer?
DS: Pues antes, había que coger las alpacas de paja una a una, echársela a la pierna izquierda y poco a poco ir desmigándola con la mano derecha para hacer montones. Y cuando se acababa una, pues había que ir a por otra, y así varias veces. Ahora no. Ahora se va en un remolque o en el tractor y se las echa de comer y ya está. Ahora es mucho más cómodo.
L: Y, esto de hacerse vaquero de bravo, sería también por algo de afición, ¿o sólo por necesidad?
DS: Pues casi fue por necesidad, porque si no era con este ganado, era con otro que me gustara menos. Así que, mejor con este que con ovejas o cabras, como estuve un tiempo.
L: Con la cantidad de años que ha pasado tan cerca del ganado bravo, le habrán ocurrido mil anécdotas.
DS: Muchas. Muchas. Recuerdo un día, en uno de los cerrados de los toros, estaba echando de comer a un cuatreño, me cogió por banda, y no sé las volteretas que me daría. Pero por suerte no me hizo nada. Y otra vez, hace muchos años, un vaco me cogió y me dejó guacharro (desnudo) por completo, aunque no me tocó la carne. En un momento que pude, me agarré a los cuernos, me puse de pie y salí corriendo. Tuve que venir aquí y pedirle a la mujer de Genaro, el mayoral, algo de ropa porque estaba guacharro. O hace pocos meses, me empujaron sin caer cuando estábamos embarcando y caí desde lo alto de la tapia al corral con uno de los novillos, pero sólo me hice un esguince.
L: Cuando se jubiló, dejó a su hijo Ignacio en su puesto.
DS: Él ya estaba como vaquero desde antes, pero cuando yo me jubilé él se quedó como mayoral.
L: ¿Y siembre habéis vivido aquí, tu mujer Emilia y tú, en Pinos Bajos?
DS: Siempre en Pinos Bajos. Antes vivíamos en la casa que hay al otro lado del arroyo, pero desde hace muchos años vivimos en esta de aquí.
L: Y aquí seguís.
DS: A nosotros ya nos gusta esto más que el pueblo. Aquí vemos a Ignacio todos los días cuando viene a atender a los animales, y la otra hija, que vive en Fernán Caballero, pues viene a vernos con las nietas y eso.
L: Pues no sé porqué yo tenía en la cabeza que Emilia se habría querido ir del campo cuando te jubilaste.
DS: No. Nunca me dijo nada de eso. Vamos, es que ella no se quiere ir de aquí.
(Interviene EMILIA). Es que a mí me da más miedo estar en el pueblo que aquí. Aunque claro, nosotros estamos aquí porque está nuestro hijo, y mientras él esté aquí y podamos estar, pues estaremos. Y mientras estén al mando Felipe y José Luis, aquí estaremos. Si se mete otro de por medio, estamos en nuestra casa al día siguiente.
L: Pero se vive mejor ahora que antes.
DS: Hombre. Antes, tenías que hacer tus necesidades y tenías que salir y hacerlo donde podías. Ahora no. Ahora tienes tu cuarto de baño, te bañas con agua caliente... ¡Donde va a parar!
L: Toreros habrá visto muchos por aquí.
DS: ¡Uy! Muchísimos. Por aquí vino El Cordobés padre varios años y muchos otros.
L: Y, de los que ha visto, ¿Cuál le ha gustado más?
DS: Hombre, para hacer ganadería, el mejor que he visto ha sido Calatraveño. A ese le valían todas las vacas, a todas les sacaba faena, y hay otros que de vacas buenas las hacen malas, y al revés. Julio Robles también toreaba muy bien.
Y Dionisio sigue relatando y relatando mil historias vividas en Pinos Bajos, y en las jornadas de trashumancia, y su mujer Emilia cuenta esto y aquello. Historias de otros tiempos, salidos de la boca de personajes de otros tiempos, que no volverán ya, y que se irán un poco más lejos aún cuando personajes como el que componen este matrimonio falten para siempre. Aunque, ojalá falte mucho para ese momento y aún les esperen por delante muchos años de lucidez y salud. Y que nosotros los disfrutemos.
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